Apuesto que muchos no saben de qué estamos hablando. No es “qué”, es “quién.”
Koko era un gorila hembra. Nació el 4 de julio de 1971 (el día de la Independencia en Estados Unidos) en el zoológico de San Francisco (California), y acaba de morir el pasado 19 de junio de 2018 en la “Gorilla Fundation” a Woodside (California) a 15 días de cumplir 47 años.
Fue una muy bonita historia en la cual una naturalista, la doctora Francine (“Penny”) Patterson, obtuvo un “PH-D” en psicología animal en la universidad de Stanford, gracias a su estudio sobre Koko y su compañero Michael (el cual murió en 2000).
Era muy difícil para Francine no enamorarse de esta hermosa criatura, que cuidó y educo “casi que” cómo un niño humano (dijimos “casi” para no escandalizar a los integristas).
El destino extraordinario de este primate tiene mucho que ver con la dedicación de su cuidadora, quién le enseño una variante del lenguaje de las señas del cual manejaba 1000 señas, y además le enseño el idioma inglés del cual entendía 2000 palabras (datos mencionados en Wikipedia).
Su vida da informaciones muy valiosas sobre la real diferencia entre los humanos y los grandes primates. La edad que alcanzo era avanzada más no excepcional (una hembra de raza montañosa alcanzó 60 años en un zoológico). Es decir, Koko parecía ser un gorila normal, si no fuera por los resaltados resultados que alcanzó en pruebas de coeficiente intelectual, entre 70 y 95 según la escala elegida (datos mencionados en Wikipedia).
No se trata por supuesto de pretender que era “casi humana”, y hay muy pocos ejemplos de esta naturaleza para sacar una conclusión. Por otra parte, Koko se benefició de una docente excepcional. Sin embargo, este resultado confirma la cercanía entre los humanos y los grandes primates, sin pretender nada más.
Koko era una estrella, y sí, nos hará mucha falta.
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